Eran apenas las 7 de la tarde, y tenía mucho tiempo para morirme si de verdad quería eso. Estiré los músculos, sentado en una mesa del Babel, y calculé cuánto plomo fundido pondría en mi lagrimal esta vez. Calculé cada uno de los gemidos que fundaron árboles en mi pecho, de dónde provenía esa irrefrenable sensación de arma entre los dedos.
Eran apenas las 7 de la tarde, y tenía mucho tiempo para morirme, si de verdad quería eso. Pero en cambio me levanté, hice un llamado póstumo a la solidaridad (S.O.S - save my soul or sacrifice me); apuré el trago justo antes de la primera lágrima, santa de tan puta.
NO HAY ENEMIGOS. NO HAY A QUIÉN DISPARAR HOY. NO HAY DE QUÉ HUIR. No hay armas ni amenazas cuando se vive la acabada fantasía de ser un solo. No hay amantes ni sangre en la pared; es todo una confusa procesión de soles y lunas y rostros y sexos.
Yo no era así (…this is not how I am…). Yo no nací con esta armadura que me protege haciéndome el más vulnerable; víctima de soledad, víctima de un mal extraño... ¿Víctima? ¿O simplemente recurso desesperado de un constante deja vu?
Eran apenas las 7 de la tarde, y tenía mucho tiempo para morirme, si realmente quería eso. Me tomé la cabeza entre las manos, caminando por las calles llenas de caras sin sustento. Quise peinar algo más que mi pelo y su desparpajo, quise volcar un tintero de broncas azules y lágrimas malparidas; y sólo me salió este poema, esta hoja desvaída que revolotea entre las postales de mis cadenas.
Son las 7 y media de la tarde en una ciudad de Argentina, en un cuerpo ardido por la fiebre, en los pasos que alejan. Son las siete y media en un oscuro bulevar de mi alma, y es mejor que morirse, después de todo.